El radón en el aire

Al aire libre el radón no supone un riesgo ya que se disuelve en la atmósfera, el problema aparece en espacios cerrados, donde no se puede diluir en el ambiente, y por tanto aumenta la concentración de gas radón en el aire que respiramos.

El gas, en su movimiento ascendente a través del terreno y al toparse con una construcción, penetrará en las edificaciones a través de todas aquellas fisuras, aberturas y poros (conductos de saneamiento, forjado sanitario, cámara de aire en muros, solera, juntas pared-suelo, conductos eléctricos, etc.) de su estructura en contacto con el sustrato donde se asienta. Como se ha dicho, el radón no presenta niveles altos al aire libre, pero en las viviendas tiende a acumularse y puede alcanzar niveles tóxicos para la salud humana.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que los niveles de radón en el aire no superen los 100 Bq/m3 (bequerelios por metro cúbico). En Estados Unidos el límite está establecido en 150 Bq/m3, y la Unión Europea ha fijado un límite de 300 Bq/m3, tal como queda reflejado en la Directiva 2013/59/Euratom del Consejo de 5 de diciembre de 2013. Sin embargo, esta directiva aún no se ha traspuesto de manera efectiva a las normativas españolas.

El radón en el agua

El radón en aguas superficiales no representa un peligro ya que pasa rápidamente a la atmósfera, diluyéndose en ella. El problema lo tenemos en aguas subterráneas que discurran por zonas de altos contenidos de radio. En casos de abastecimientos de pozos se debe tener en cuenta los contenidos de radón en el agua, ya que si son altos pueden representar un riesgo para la salud.

Cuando se produce el contacto del agua con el aire, por ejemplo, en una ducha, el radón contenido en el agua pasa al aire, aumentando la concentración de radón en la atmósfera de la estancia. Esta es otra posible fuente de radón en espacios cerrados.